Barroco: un concepto
polisémico
El término «barroco»
proviene de un vocablo de origen portugués (barrôco), cuyo femenino denominaba
a las perlas que tenían alguna deformidad (como en castellano el vocablo
«barruecas»). Fue en origen una palabra despectiva que designaba un tipo de
arte caprichoso, grandilocuente, excesivamente recargado.1 Así apareció por vez
primera en el Dictionnaire de Trévoux (1771), que define «en pintura, un cuadro
o una figura de gusto barroco, donde las reglas y las proporciones no son
respetadas y todo está representado siguiendo el capricho del artista».
Otra teoría lo deriva del
sustantivo baroco, un silogismo de origen aristotélico proveniente de la
filosofía escolástica medieval, que señala una ambigüedad que, basada en un
débil contenido lógico, hace confundir lo verdadero con lo falso. Así, esta
figura señala un tipo de razonamiento pedante y artificioso, generalmente en
tono sarcástico y no exento de polémica. En ese sentido lo aplicó Francesco
Milizia en su Dizionario delle belle arti del disegno (1797), donde expresa que
«barroco es el superlativo de bizarro, el exceso del ridículo».
Contexto histórico y
cultural
El siglo XVII fue por lo
general una época de depresión económica, consecuencia de la prolongada
expansión del siglo anterior causada principalmente por el descubrimiento de
América. Las malas cosechas conllevaron el aumento del precio del trigo y demás
productos básicos, con las subsiguientes hambrunas.nota 4 El comercio se
estancó, especialmente en el área mediterránea, y solo floreció en Inglaterra y
Países Bajos gracias al comercio con Oriente y la creación de grandes compañías
comerciales, que sentaron las bases del capitalismo y el auge de la burguesía.
La mala situación económica se agravó con las plagas de peste que asolaron
Europa a mediados del siglo XVII, que afectaron especialmente a la zona
mediterránea.nota 5 Otro factor que generó miseria y pobreza fueron las
guerras, provocadas en su mayoría por el enfrentamiento entre católicos y
protestantes, como es el caso de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648).10
Todos estos factores provocaron una grave depauperación de la población; en
muchos países, el número de pobres y mendigos llegó a alcanzar la cuarta parte
de la población.
Por otro lado, el poder
hegemónico en Europa basculó de la España imperial a la Francia absolutista,
que tras la Paz de Westfalia (1648) y la Paz de los Pirineos (1659) se
consolidó como el más poderoso estado del continente, prácticamente indiscutido
hasta la ascensión de Inglaterra en el siglo XVIII. Así, la Francia de los
Luises y la Roma papal fueron los principales núcleos de la cultura barroca,
como centros de poder político y religioso —respectivamente— y centros
difusores del absolutismo y el contrarreformismo. España, aunque en decadencia
política y económica, tuvo sin embargo un esplendoroso período cultural —el
llamado Siglo de Oro— que, aunque marcado por su aspecto religioso de
incontrovertible proselitismo contrarreformista, tuvo un acentuado componente
popular, y llevó tanto a la literatura como a las artes plásticas a cotas de
elevada calidad. En el resto de países donde llegó la cultura barroca
(Inglaterra, Alemania, Países Bajos), su implantación fue irregular y con
distintos sellos peculiarizados por sus distintivas características nacionales.
El Barroco se forjó en
Italia, principalmente en la sede pontificia, Roma, donde el arte fue utilizado
como medio propagandístico para la difusión de la doctrina
contrarreformista.nota 6 La Reforma protestante sumió a la Iglesia Católica en
una profunda crisis durante la primera mitad del siglo XVI, que evidenció tanto
la corrupción en numerosos estratos eclesiásticos como la necesidad de una
renovación del mensaje y la obra católica, así como de un mayor acercamiento a
los fieles. El Concilio de Trento (1545-1563) se celebró para contrarrestar el
avance del protestantismo y consolidar el culto católico en los países donde
aún prevalecía, sentando las bases del dogma católico (sacerdocio sacramental,
celibato, culto a la Virgen y los santos, uso litúrgico del latín) y creando
nuevos instrumentos de comunicación y expansión de la fe católica, poniendo
especial énfasis en la educación, la predicación y la difusión del mensaje
católico, que adquirió un fuerte sello propagandístico —para lo que se creó la
Congregación para la Propagación de la Fe—. Este ideario se plasmó en la recién
fundada Compañía de Jesús, que mediante la predicación y la enseñanza tuvo una
notable y rápida difusión por todo el mundo, frenando el avance del
protestantismo y recuperando numerosos territorios para la fe católica
(Austria, Baviera, Suiza, Flandes, Polonia). Otro efecto de la Contrarreforma
fue la consolidación de la figura del papa, cuyo poder salió reforzado, y que
se tradujo en un ambicioso programa de ampliación y renovación urbanística de
Roma, especialmente de sus iglesias, con especial énfasis en la Basílica de San
Pedro y sus aledaños. La Iglesia fue el mayor comitente artístico de la época,
y utilizó el arte como caballo de batalla de la propaganda religiosa, al ser un
medio de carácter popular fácilmente accesible e inteligible. El arte fue
utilizado como un vehículo de expresión ad maiorem Dei et Ecclesiae gloriam, y
papas como Sixto V, Clemente VIII, Pablo V, Gregorio XV, Urbano VIII, Inocencio
X y Alejandro VII se convirtieron en grandes mecenas y propiciaron grandes
mejoras y construcciones en la ciudad eterna, ya calificada entonces como Roma
triumphans, caput mundi («Roma triunfante, cabeza del mundo»).
El estilo barroco
El Barroco fue un estilo
heredero del escepticismo manierista, que se vio reflejado en un sentimiento de
fatalidad y dramatismo entre los autores de la época. El arte se volvió más
artificial, más recargado, decorativo, ornamentado. Destacó el uso ilusionista
de los efectos ópticos; la belleza buscó nuevas vías de expresión y cobró
relevancia lo asombroso y los efectos sorprendentes. Surgieron nuevos conceptos
estéticos como los de «ingenio», «perspicacia» o «agudeza». En la conducta
personal se destacaba sobre todo el aspecto exterior, de forma que reflejara
una actitud altiva, elegante, refinada y exagerada que cobró el nombre de
préciosité.
Según Wölfflin, el
Barroco se define principalmente por oposición al Renacimiento: frente a la
visión lineal renacentista, la visión barroca es pictórica; frente a la
composición en planos, la basada en la profundidad; frente a la forma cerrada,
la abierta; frente a la unidad compositiva basada en la armonía, la
subordinación a un motivo principal; frente a la claridad absoluta del objeto,
la claridad relativa del efecto.2 Así, el Barroco «es el estilo del punto de
vista pictórico con perspectiva y profundidad, que somete la multiplicidad de
sus elementos a una idea central, con una visión sin límites y una relativa
oscuridad que evita los detalles y los perfiles agudos, siendo al mismo tiempo
un estilo que, en lugar de revelar su arte, lo esconde».
El arte barroco se
expresó estilísticamente en dos vías: por un lado, hay un énfasis en la
realidad, el aspecto mundano de la vida, la cotidianeidad y el carácter efímero
de la vida, que se materializó en una cierta «vulgarización» del fenómeno religioso
en los países católicos, así como en un mayor gusto por las cualidades
sensibles del mundo circundante en los protestantes; por otro lado, se
manifiesta una visión grandilocuente y exaltada de los conceptos nacionales y
religiosos como una expresión del poder, que se traduce en el gusto por lo
monumental, lo fastuoso y recargado, el carácter magnificente otorgado a la
realeza y la Iglesia, a menudo con un fuerte sello propagandístico.
Si bien resulta
complicado literariamente hablar de teatro barroco en Europa, el Barroco supuso
un período de esplendor del teatro como género literario y como espectáculo que
se extendió desde Italia al resto de Europa en el siglo XVII. Los teatros nacionales,
que se conformaron durante el siglo XVII, tienen características propias y
diversas.
El espacio escénico
Durante el Barroco se
definieron los límites estructurales de la sala y se introdujo la utilización
de medios y aparatos mecánicos que potenciasen el componente visual del
espectáculo.109 Las realizaciones sobre el edificio teatral, las maquinarias y
tramoyas (tramoggie) desarrolladas en Italia se llevaron al resto de países
europeos (España, Francia y Austria principalmente).110 El nuevo teatro dejó de
ser un ambiente único para dividirse en sala y escenario, separados y
comunicados a la vez por el proscenio. Descorrido el telón, el escenario se
presentaba como una escena ilusoria, apoyada en el notable desarrollo de la
escenografía. La aplicación de la perspectiva de la escena a la italiana,
respuesta a una visión del mundo que confiaba en las leyes científicas, alcanzó
una gran sofisticación, con complicadísimos juegos de planos y puntos de fuga.
La evolución de los corrales de comedias hasta las salas a la italiana propició
la aparición de los edificios y salas teatrales contemporáneos.
El espectáculo teatral
El teatro del Barroco fue
un espectáculo global que se convirtió en un negocio de distintas variantes.
Por un lado estaba el teatro popular, que se trasladó del espacio público a
locales específicamente dedicados a ello, como los corrales de comedias en
España o los teatros isabelinos en Inglaterra. En Madrid, las cofradías de
socorro (instituciones de asistencia social que, bajo advocación religiosa,
proliferaron conforme crecía la Villa convertida en corte real) consiguieron el
monopolio de la gestión comercial del teatro popular, lo que contribuyó a su
desarrollo debido a la utilidad pública de la beneficiencia, permitiendo
superar la reticencia de predicadores, eclesiásticos e intelectuales hacia el
teatro comercial profano, que consideraban «una fuente de pecado y malas
costumbres». Se trataba de un teatro narrativo; en ausencia de telón y
escenografía, los cambios de localización y tiempo se introducían a través del
texto y eran habituales largos soliloquios, apartes y discursos prolongados.